12 km
830 metros
6.30 horas
Media

El fin de semana pasado, Azimut cruzó el Estrecho desplazándose hasta Ceuta, en donde establecimos el campo base para acometer la subida al cercano pico marroquí de Jbel Musa de 839 metros de altitud y de especial significación ya que junto con el Peñón de Gibraltar conforman las míticas columnas de Hércules. El Jbel Musa es también llamado La mujer muerta, porque así lo parece vista desde Ceuta, aunque también podría ser identificada con una mujer dormida.

El viaje de fin de semana, aunque lógicamente partió de Granada, comenzó realmente con cruce del Estrecho en uno de los ferry encargados de la comunicación con la península a través de Algeciras. La mar se portó generosa con nosotros y el viaje no sólo fue plácido sino que además fue amenamente escoltado por los diversos cetáceos que tanto frecuentan estas aguas.

El encuentro con la ciudad ceutí fue amable. Nos sorprendió lo cuidado de la ciudad y el buen ambiente. Buena compañía, ricas tapas y unos estupendos helados terminaron por hacernos sentir como en casa mientras planificábamos nuestra subida al pico que, de tan cerca a la ciudad española, pareciera que pertenece a ella y la proteje.

El sábado fue el día señalado para la ruta. Pasamos el punto fronterizo del Tarajal y tras unos kilómetros de una bonita carretera de montaña llegamos al cercano pueblo de Beliones. El alminar de una mezquita, nos indicaba la certeza de que estábamos en Marruecos. Desde este punto nos dirigimos a una fuente con un gran pilón, junto al cual comenzaba el sendero serpenteante que ascendiendo nos llevaría en unos seis kilómetros desde casi el nivel del mar a la cima de la mujer dormida. El paisaje era sorprendentemente bello: el pueblo, el mar… y la península ibérica al otro lado del estrecho. Con esta bella compañía paisajística la ascensión fue apenas notada hasta llegar a un collado (el cuello de la mujer dormida) donde paramos unos minutos para tomar un poco de agua y compartir algunos frutos secos mientras ahora contemplábamos, al otro lado, la magnitud del recién construido puerto de Tanger Med. Desde este punto retomamos la ascensión por un pedregal que temíamos más fiero. Ascendiendo con cuidado y atención llegamos por fín hasta la cima donde, oh sorpresa, nos encontramos con las ruinas de un morabito que silenciosamente vigilante oteaba la costa española.

Una vez repuestas las fuerzas del grupo, acometimos la bajada con algo más de cuidado que la subida, a lo que invitaba el terreno pedregoso. La ruta era circular por lo que el descenso desde el collado lo hicimos en dirección opuesta a la subida, dirigiéndonos hasta un pozo cerca del cual, a la sombra de una buena roca repusimos fuerzas refugiados del implacable sol del medio día mientras degustamos las viandas traídas para el almuerzo y regadas tanto con un buen aceite de Baena como por una buena bota de vino. Tras el ágape continuamos nuestro descenso volviendo a tener como compañía el Estrecho y la vista de la costa en la que pronto comenzó a destacar un islote de patético recuerdo por las bravatas pátrias de la pasada década: Perejil. Su perfil se nos representaba, además de sumamente presente durante varias horas, sugerente y bello a escasos metros de la costa. Quizá para los precarios militares marroquíes que se apostaban a lo largo del sendero en espera de una improbable acción militar española, el lugar no fuera tan mágico y atractivo. Eso sí, algún “quinto” tímidamente celoso de su función de custodia intentó reprobarnos por la toma de fotos. La ruta terminó de nuevo en Beliones, desde donde después de comprar alguna chilaba, con el sonido de la llamada del almuédano a la oración de una tarde de ramadán, nos dirigimos de nuevo a Céuta, donde tras pasar la frontera nos detuvimos a tomar las preceptivas cervezas en uno de los “chiringuitos” de secado de “volaores” y bonito; una delicia local que nos sorprendió así como la animada y descarada conversación de quien regentaba el local.

Tras asearnos y un merecido descanso volvimos a celebrar nuestra actividad deportiva en una de las terrazas en las que pudimos degustar pinchitos de carne y de pescado, otro producto de la típica gastronomía fronteriza marroquí.

Ya el domingo, antes de despedirnos de esta amable geografía, tuvimos un encuentro con el club de senderismo “La manada” de Céuta. Intercambiamos saludos y nos comprometimos a ser sus anfitriones en una próxima visita a nuestra tierra granadina. Por la tarde, aún con el sabor de la de la cocina y los dulces marroquís, emprendimos el regreso de vuelta. Los delfines y gaviotas que acompañaban la estela dejada por el barco que nos transportaba, parecían no querer despedirnos, o quizá recordarnos que ahí seguirían esperándonos… hasta la próxima.