20 km
900 metros
6,30 horas
media-alta

Aunque en la reseña de la excursión se indicaba que el inicio sería el pueblo de Valdepeñas de Jaén, en realidad ésta empezó en la gasolinera de Neptuno, cuando nos encontramos los que en ese día íbamos a ir: un comando formado por Marian, Lucía , Esteban, Bjorn "el alemán", Ramón y yo. Exigua comitiva que aparentaba restarle emoción a la excursión pero que resultó ser de lo más relajado, amena y sonriente que os podáis imaginar.

Nos fuimos por La venta de La Nava, camino de Benalúa de las Villas, pasando por las aldeas de Ribera Baja, Ribera Alta, cruzando Frailes y el río Velillos que lo atraviesa, para subir por una zigzagueante y estrecha carretera de montaña hasta desembocar en Valdepeñas de Jaén (¿Lejana y sola?).......El pueblo todavía no se había levantado a por churros y el aire olía de manera entrañable a chimeneas. Empezamos la caminata por un pequeño y sorprendente cañón de un kilómetro de longitud, lleno de frondosa vegetación que el río Susana ha excavado a su paso por la localidad, para continuar durante cinco kilómetros por una pendiente pista bien trazada que disimulaba la altitud que íbamos alcanzando. El camino cruzaba grandes bloques de la Sierra Sur como eran el Monte de las Ánimas-1528 m-, el Alto de los Noguerones-1572 m- o el Cerro Altomiro con 1626 m. Bosquetes de encinas y quejigos, algunos centenarios, formaban la vegetación. En toda la ascensión no vimos a ninguna persona a excepción de una partida de cazadores que al cruzarse con nosotros en sus sonrisas llevaban inscrita la frase "vamos a matar". Ningún montañero, ningún pastor, nadie, Desde luego en la actualidad las sierras no son un país para jóvenes....Dejando el carril empezamos a subir por la deliciosa nava de Carboneros hasta coronar en el collado del Polvero-1402 m -. A partir de ese lugar las vistas se hicieron dueñas de la ascensión iluminando más el día si eso era posible: sierras de Almería, de toda Granada, de Málaga, de Jaén, de Cádiz...Hay muchas razones para ir a las montañas pero en última instancia uno va hacia ellas por ver, por las vistas, de tal manera que en las ocasiones en que esto no es posible, te vuelves algo desilusionado, como si al día de montaña le hubiese faltado "la consumación". Desde el collado se divisaba perfectamente la cima del Cerro de la cruz de la cual nos separaba 300 m de altitud y un lapiaz de manual. Antes de llegar a la cumbre nos emocionó la solitaria silueta de una encina bicentenaria recortándose entre la loma de Carboneros y el cielo, contemplando las blancas lejanías de Sierra Nevada. Impresionan estos árboles aislados por su tremenda fuerza que han resistido erguidos durante tantos años al viento, al ganado y a la soledad. Los montañeros debemos sentirlos como ejemplos vivos de saber estar, para que cuando las modas y las presiones de todo tipo nos empujen no renunciemos a lo que somos y sentimos.....Ya en la cumbre pasamos a otras de las actividades preferidas en la montaña: comer. Lo hicimos dándole la espalda a La Pandera y al Ventisquero. Que nos perdonen estas insignes montañas pero las vistas del sur hacia Sierra Nevada eran imbatibles. Ramón inauguró en la cima para este año su generosa costumbre de obsequiar al guía con una botella de aceite: él había cumplido subiéndola, ahora que la baje el guía... Teníamos mucho tiempo para bajar pues el comando de seis había funcionado como un reloj subiendo. Lo hicimos por una fuerte pendiente hasta la verde nava del Tejuelo donde nos esperaba un precioso pilar antiguo de piedra. Björn y un servidor no lo pensamos ni un momento y nos echamos una mini siesta. El lugar lo pedía. A partir de aquí el resto de la vuelta lo hicimos por un cómodo carril pensando donde sería la cerveza. Ésta fue en la plaza del pueblo tapeándonos una bolsa de medio kilo de patatas "Santorrezno". La vuelta a Granada la hicimos por El Castillo de Locubín para ver sus choperas otoñales, sus huertas de caquis y membrillos y los nostálgicos recuerdos de algunos de los que íbamos cuando hace más de veinte años pasábamos por esas carreteras camino de Alcalá la Real y Granada. La tarde terminó despidiéndose en el coche oyendo a Van Morrison, disfrutando de jocosas y alegres intimidades y contemplando el amarillo indescriptible de los campos de espárragos por las tierras de Moclín.

José Osorio.